Un yucateco llegó al «Museo de Ripley» por sobrevivir a fusilamiento
Los cuatro balazos que le impactaron en diversas partes del cuerpo, incluyendo el tiro de gracia que le atravesó la mandíbula no fueron suficientes para segar la vida del joven yucateco reaccionario, Wenceslao Moguel Herrera, que por este suceso inédito se convirtió en leyenda de la Revolución Mexicana al sobrevivir a su fusilamiento.
El caso del “Fusilado de Halachó”, el milagroso episodio que viviera Wenceslao Moguel comenzó a circular en todo Yucatán, en México e incluso en el extranjero unos años después de terminada la revolución y fue así como en 1930, Robert L. Ripley, creador de la enciclopedia de lo insólito y lo increíble “Aunque Ud. no lo crea” se interesó tanto en este hecho que invitó al yucateco a ir con todos los gastos pagados al «Museo de Ripley», ubicado en Cleveland, Ohio, donde el mismo Ripley lo entrevistó para la cadena NBC como el único caso de un hombre que haya sobrevivido tras ser fusilado y recibido hasta el tiro de gracia.
Una batalla desigual contra las fuerzas del Gobierno.
En aquella entrevista, Wenceslao manifestó que él y sus compañeros de lucha se enfrentaron a un ejército bien armado de Salvador Alvarado –integrado por unos 7,000 soldados-, y que durante la refriega sólo la valentía y el pundonor los mantuvo, ya que sus armas, antiguas escopetas de un solo tiro, usadas durante la «Guerra de Castas» (1847-1901), en ocasiones con cartuchos que no correspondían al calibre del arma, no podían hacer frente ante los modernos fusiles «Mauser», dotados de filosas bayonetas, así como ametralladoras de tripié, granadas, cañones, etc., de las fuerzas federales.
Esta historia tiene sus raíces en la época más convulsa de Revolución mexicana. Wenceslao vivía en Halachó, en la península de Yucatán, y como otros muchos jóvenes se había alistado sintiendo la necesidad de unirse a las tropas rebeldes para hacer frente a las fuerzas federales. La mayoría eran chicos muy jóvenes, todavía adolescentes que, a pesar de su espíritu enérgico y sus ansias de libertad, poco pudieron hacer por frenar el imparable avance del ejército nacional, que en aquel año de 1915, llegó a triplicarles en número.
En la batalla del 16 de marzo de 1915 Se combatió de 7 de la mañana a 5 de la tarde, cuando los rebeldes terminaron claudicando. Hubo cerca de 450 muertos por el bando derrotado, además de 622 prisioneros.
De este modo fueron pasados por las armas ante un pelotón de 9 federales 40 de esos jóvenes del grupo contrarrevolucionario. En el último grupo de los fusilados estaba Wenceslao, quien recibió tres disparos de la descarga de los fusileros: uno le pegó en el costado derecho, sin dañar órganos vitales; otro hizo impacto en su brazo derecho, y el tercero, en su muslo izquierdo. Ninguno de los balazos fue mortal, pero suficientes para que el joven halachoense cayera como muerto entre sus demás compañeros de desgracia. Enseguida, el coronel Millán, pistola en mano, ejecutó el tiro de gracia a cada uno de los caídos, pero de nueva cuenta la providencia salvó a Moguel, ya que el disparo no dio en su sien, sino que la atravesó parte de la quijada, saliendo el proyectil del lado izquierdo, destrozándole el maxilar inferior.
Recobra el conocimiento entre una pila de cadáveres de sus compañeros.
Debido a que se recibió una orden para suspender las ejecuciones, los cuerpos de los ajusticiados fueron dejados ahí tirados. Wenceslao, quien había perdido el conocimiento por la sangre derramada por sus cuatro heridas de bala, volvió en sí, encontrándose macabramente entre una pila de cadáveres de sus compañeros de batalla. Como pudo, el moribundo hizo un esfuerzo sobrehumano, y entre el dolor de sus heridas se fue arrastrando poco a poco hasta llegar a un caserío, donde una mestiza lo auxilio y fuel por el médico del lugar, quien logro contener las hemorragias que el combatiente sufría y lo condujo luego a Mérida, donde un cirujano del hospital O’horan logró reconstruirle, dentro de lo que entonces se podía hacer, la mandíbula destrozada.
Tras un largo periodo de recuperación, en el que estuvo oculto para no ser apresado por las fuerzas gubernamentales, el joven Wenceslao se marchó de Campeche, población en la que se encontraba y se perdió el rastro de él hasta que en los años treinta su increíble historia llegó hasta oídos de Robert L. Ripley, quien había creado un famoso museo en el que coleccionaba todo aquello sorprendente que iba encontrando alrededor del planeta.
Don Wenceslao Moguel Herrera, quien falleciera en los años 70 se convirtió así en parte del folklore de Yucatán de mediados del siglo XX.