Rómulo Rozo (escultor, autor del Monumento a la Patria)
Rómulo Rozo Peña nació en Chiquinquirá, departamento de Boyacá, Colombia, el 13 de enero de 1899, siendo bautizado poco después en la capital colombiana, a donde fue a residir con su madre Antonia Peña.
Podría organizarse su existencia en tres etapas: la colombiana, la europea y la mexicana, llegando al final de su fructífera vida creativa en nuestra ciudad de Mérida, el 17 de agosto de 1964.
En el primer periodo (1910-1920), siendo aún un niño, al faltar su padre Rómulo Rozo Mateus, trabajó como limpiabotas, voceador de periódicos, afilador de cinceles y ayudante de albañilería, entre otros oficios , antes de descubrir su verdadera vocación que le condujo a obtener un primer reconocimiento en la Exposición Nacional de Bogotá, que le abrió las puertas del taller de escultura de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Luego continuó sus estudios en el Instituto Técnico Central, trabajando al mismo tiempo como ayudante de escultor.
Tras cumplir este primer período de aprendizaje y prácticas, viaja a Barranquilla, donde lleva a cabo la decoración del Teatro Municipal, lo cual le permite, aunque en forma precaria, realizar su anhelo de continuar preparándose en Europa, hacia donde parte en 1923.
Pronto obtiene un trabajo en Madrid con Félix Granda, un religioso que fabricaba objetos de arte sacro. Ahí, con el pequeño sueldo que recibía, logró sobrevivir y al cabo de dos años pudo ingresar a la Escuela de San Fernando y trabajar con Victorio Macho, su primer gran maestro, quien lo conectó con el círculo de escultores y críticos madrileños, ganando en 1925 la medalla de plata en la Exposición de Artes Decorativas en París, con el diseño de un aldabón de puerta esculpido en bronce.
En estos años, dedicó tiempo también para perfeccionarse en dibujo clásico y pintura al oleo, participando en la Exposición de Bellas Artes en la Salle des Fétes de Deauville y cumpliendo con un primer encargo de pinturas murales en el Palacio de Arte Decorativo de París. “Lo mío es la piedra”, declararía luego.
El 26 de diciembre de 1927 contrae matrimonio en Dosky, Checoeslovaquia, con Ana Magdalena Krauss. De esta unión nacieron tres hijos: Rómulo, Gloria y Leticia, de los cuales sobrevive el primero.
Los dos años siguientes fueron de intensa labor creativa, al ser nombrado director de la construcción y decoración del pabellón de Colombia en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, donde decide instalar una de sus obras emblemáticas: la escultura de Bachué, deidad de la antigua raza Chibcha. El edificio escultórico diseñado por Rozo reflejó admirablamente sus orígenes autóctonos obteniendo el gran premio y la medalla de oro correspondiente.
A este reconocimiento siguieron otros más en Europa, lo cual nos permite visualizar lo que hubiera podido llegar a ser el artista en un plano internacional de haber permanecido en París. Sin embargo, el camino del escultor parecía haber sido ya trazado al ser elegido, a finales de 1929, miembro de la Academia Colombiana de Bellas Artes y, posteriormente, un nombramiento cultural en la Embajada de Colombia en México.
Rómulo Rozo arriba a nuestro país el 30 de marzo de 1930, desempeñando su cargo diplomático y ejerciendo en forma alternativa su vocación artística e impartiendo cursos en la Academia de San Carlos. en la Escuela de Escultura de la SEP y en la Escuela Central de Artes Plásticas de la UNAM.
En 1937, realiza el Hospital Morelos y la Escuela Belisario Domínguez, en Chetumal, mismas que le abren las puertas hacia el mundo maya y al conocimiento profundo de la historia de nuestro país, misma que plasma magistralmente en su obra cumbre a partir de 1944 en Merida: su Monumento a la Patria, que concluye luego de doce años de infatigable labor, el 23 de abril de 1956.
En la capital yucateca Rozo, se integra con facilidad a su nuevo ambiente laboral y destaca también en obras altruistas a través de instituciones y clubes de servicios sociales, formando una nueva familia al casarse con Manuela Vera, con quien procreó dos hijos: Gloria y Marco Antonio. (Artículo autoría de Raúl Alcalá Erosa y publicado en Diario de Yucatán)
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