Imelda Miller (cantante)

Esta historia comienza en Mérida, Yucatán, donde Imelda Mézquita Pérez, una jovencita de 15 años y quien se suponía debía estar terminando la secundaria, apenas concluía sus estudios en la primaria, pero eso no era importante porque Imelda tenía lo que las otras no: una potente voz.

El grupo femenil «Copacabana» se convirtió en su primer trabajo, ahí surgió el apodo de «La cantante de los ojos verdes», pero también el incremento de los problemas familiares; era 1956, el grupo fue contratado para viajar a la ciudad de México, Imelda no obtuvo el permiso de sus padres y con la ayuda de algunas compañeras de la agrupación, huyó de su hogar.

Sin embargo, las cosas no funcionaron como ellas creían y la mayoría de las integrantes del conjunto «Copacabana» tuvieron que regresar a Mérida, pero no Imelda.

Poco tiempo más tarde, Imelda se enamoró y vivió con el ventrílocuo Paco Miller, quien no se quiso casar con ella pese al embarazo de la intérprete, cuando Miller quiso hacerlo, la diferencia de edades, él 48 y ella 19, y los varios divorcios de él fueron los motivos por lo que Imelda ya no aceptó la propuesta, tan sólo tomó su apellido.

Imelda comenzó a trabajar arduamente en el mundo de la música y el canto, su sueño estaba cada vez más siendo una realidad, sin embargo, nunca sospechó los sinsabores y piedras que un hombre en particular le pondría en su carrera.

1968 se convirtió en un año clave para la carrera artística de Imelda Miller, entonces pareja del compositor Rubén Fuentes. Por primera ocasión representó a México en un festival, el Festival de Bello Horizonte en Brasil, interpretando el tema «Puedo morir mañana» de Armando Manzanero,

Paul Anka, representaba a los Estados Unidos, la competencia estaba fuerte, Imelda Miller no ganó, pero también en ese año y en ese mismo festival conoció a un reportero que no sólo escribiría mal de ella, sino que con el tiempo se encargaría de obstaculizarle su carrera, ese reportero era nada menos que Raúl Velasco.

Para Imelda Miller, los roces con Raúl Velasco derivaron en algo que para ella es inexplicable, un veto absurdo por parte de Televisa.

Una infancia con carencias, un padre alcohólico, una madre neurótica y la presencia de «ciertos amigos», así inicia Imelda Miller, casi a la par de su carrera artística, su transitar por un mundo obscuro que más adelante la metería en serios problemas y pondría en riesgo hasta su propia vida, el mundo del alcohol y las drogas.

Cuando Imelda Miller llegó a la Ciudad de México en 1956, su afición por el alcohol ya había comenzado, fue en esta ciudad en donde su gusto se convirtió en una enfermedad que más adelante la llevaría a enfrentarse hasta a ella misma, en el escenario los aplausos no se hacían esperar, pero ella tampoco podía esperar para, como ella dice, embrutecer su mente.

Imelda cayó también en la drogadicción y afirma que en aquel entonces era muy fácil encontrar en las farmacias cualquier tipo de medicamentos que suplieran a la cocaína, y que afortunadamente con el paso del tiempo éstos han desaparecido y que ahora se necesita receta médica, aunque tampoco es algo muy seguro.

Afortunadamente, Imelda Miller tenía a su lado a una gran amiga, una reconocida actriz que le recomendó buscar la ayuda del grupo Alcohólicos Anónimos. Después de 14 años, Imelda Miller volvió a caer, ella asegura que los problemas, entre ellos el acoso de un hombre casado, fueron más fuertes que su fuerza de voluntad. El alcohol regresó a su vida, o más bien dicho, ella regresó al alcohol.

Pero en la vida de Imelda Miller, quizá lo peor para ella lo ha vivido en dos ocasiones; por tener nódulos en las cuerdas vocales, la intérprete tuvo que ser intervenida quirúrgicamente, los resultados no fueron los que se esperaban y a punto estuvo de perder la voz. Pero esa no fue la única vez en la que la señora Miller estuvo a punto de perder la voz, hace poco tiempo, mientras esperaba el cambio de luz en un semáforo, Imelda fue impactada por un microbús, de ese accidente, la cantante sufrió una severa lesión en la cervical, y al momento de prepararla para la operación, le afectaron una de las cuerdas. El temor de no volver a cantar jamás y vivir en el sórdido mundo del alcohol y las drogas, llevaron a Imelda a tomar en serio la posibilidad de un suicidio.

La vida de una cantante de ninguna manera es cosa sencilla, en algunas ocasiones implica el mismo día, levantarse temprano, hacer promoción, visitar estaciones de radio, presentarse en programas de televisión y a medianoche dar un show, pero así es la carrera artística y precisamente en uno de esos días, Imelda tuvo un accidente automovilístico con un taxi, que irónicamente la volvió a colocar en los encabezados de las secciones de espectáculos, pero no de la manera que ella quisiera. 42 años de intérprete, un nuevo disco que recapitula sus éxitos, varias presentaciones, Imelda Miller sigue vigente, y preguntándose, como lo hacen algunos, ¿dónde están las nuevas generaciones que puedan permanecer tantos años en el ambiente?

Pese a todo, Imelda Miller está de pie, la historia de esta intérprete bien puede servir, como otras historias que hemos presentado, como ejemplo a las nuevas generaciones, el medio artístico puede brindar fama, dinero, popularidad, pero también puede llegar a ser nocivo y destructivo para el ser humano.

Fuente: Hispanopolis